martes, 8 de febrero de 2011

EL HOMBRE INMOVIL

 
 
Emma Riverola Escritora
 
Las ocho de la mañana. Se ajusta el nudo de la corbata y repasa las solapas de la americana en el espejo del ascensor. Colgada del hombro, la bolsa del portátil. Saluda al portero y, como cada lunes, cruza con él unas puyas futbolísticas. Sale a la calle con el paso certero y apresurado de siempre. Se cruza con algún vecino e intercambia un breve saludo. Tiene prisa. Ya son las ocho pasadas. Gira la esquina. La siguiente. La otra.

Una mujer que pierde el autobús le golpea ligeramente en el hombro. Él se detiene y la mira. Observa cómo se aleja el autobús y llega otro. Otro más. El hombre sigue parado en medio de la calle. La luna del escaparate le devuelve su reflejo. Todo se mueve a su alrededor. Todo, menos él. El hombre sigue quieto, paralizado… Parado.
Tiene 53 años. Después de 30 trabajando, el viernes pasado le notificaron el despido. Le entregaron una carpeta con todos los documentos perfectamente en orden. Unas cuantas firmas y todo arreglado. Rápido. Aséptico. Como una amputación perfecta. Tanto que ahora siente el dolor del miembro fantasma. La querencia de la rutina le dice que llega tarde, que le esperan en el despacho, que tiene un montón de temas por resolver. Pero su móvil no suena. Su bolsa está vacía. No hay portátil, ni informes, ni reunión a la vista. Se acabó. Solo queda el vértigo de un lunes vacío… Y el miedo a un futuro inmóvil.
 

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