martes, 15 de julio de 2008

BUSCANDO SÍMBOLOS


JOAN BARRIL

La verdad: ser joven no es ninguna ganga. Ser joven equivale a ser sospechoso ante cualquiera de los cuerpos policiales. Pero ser joven es, al mismo tiempo, una garantía falsa de estar empujando el mundo. Es lo que hemos visto estos días alrededor de la Eurocopa. Jóvenes contentos, jóvenes pintados, jó- venes abanderados. Y, para neutralizarles, al menos en Catalunya, otros jóvenes que se lamentaban de la alegría de sus coetáneos.
El joven es hoy el modelo de todas las virtudes, pero también el chivo expiatorio de todos nuestros defectos. La imagen de la juventud condiciona las tallas de lo que vestimos, las ofertas de trabajo, los índices del paro, los muertos en carretera. Pero también la generosidad solidaria, las notas de la selectividad, las hazañas deportivas y la belleza publicitaria de la vida. En los anuncios no hay gordos ni viejos, no hay feos ni gente muy real. Y todo lo que ha servido de gran telón humano de la selección ha sido un gran anuncio publicitario para vender identidad.
Los jóvenes llenan las calles y luego los viejos gobernantes se aprovechan de su entusiasmo y se reclaman intérpretes de esa juventud entusiasta. De la misma manera que los jóvenes de Mayo del 68 forzaron la superficie de la política, también estos días en España la alegría por la victoria futbolística servirá para dar un nuevo lustre a la casposa idea de la España enfrentada a la otra España. Visto el espectáculo desde la perspectiva televisiva, hemos de convenir que, puestos a ganar --y mejor que se haya ganado-- el guión de la Cuatro ha sido, al menos, un guión civilizado. A la selección se la llama la roja por una simple connotación cromática. En manos de otros hubiera podido ser "la rojigualda", con todos los abusos con que el nacionalismo antidemocrático cimentó ese adjetivo. Incluso la plaza de Colón, asaeteada por una enorme bandera que Aznar plantó allí como símbolo de propiedad, es conocida como la plaza Roja, que nada tiene que ver con la explanada de Moscú.
Hay una España que tenía sus símbolos y otra que los está buscando. Lo intentaron con el toro de Osborne como sustitución al águila franquista. ¿Se imaginan un Estado tan desconfiado en sus propios símbolos que haga uso oficial de una imagen comercial? Una vez más son los jóvenes, libres o manipulados, los que se salen de la ortodoxia gráfica y buscan ámbitos en los que sentirse algo. La idea de España no cuela en ciertos pequeños cenáculos. La bandera no emociona en algunos lugares de Catalunya o de Euskadi. Pero hay una nueva generación, también catalana o vasca, que ni quiere reglas impuestas ni quiere sentirse huérfana. Y no es la España fascista, señores. Es simplemente la España que tiene ganas de darse una alegría sin necesidad de recurrir, como siempre se ha hecho en este país, a la exaltación de las fuerzas armadas o a la épica rancia en la que nos educaron. No por desear la derrota de la roja las cosas nos van a ir mejor.
Esos jóvenes con el rostro pintado de los colores españoles no han de ser, necesariamente, los enemigos de nadie. Son, simplemente, jóvenes. Son la gran coral que arropa a los grandes solistas. No tenían bandera y ahora la tienen. Esperemos y miremos hacia dónde van las cosas. Y que los políticos adultos no caigan en el error de confundir la bandera con el mástil y la alegría de unos chicos con la opresión de la España imperial sobre sus colonias. No hablamos solo de fútbol, es cierto. Pero no nos amarguemos la vida. Si no puedes enfrentarte al que crees tu enemigo, es mejor marchar a su lado.


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